¿Será
verdad que cada uno de nosotros estamos definidos por un libro? Uno que, al
leerlo, nos haya mostrado el mundo desde un ángulo antes insospechado, un libro
que haya movido algún hilo de nuestro interior, aquel con el que nos sentimos
conectados y que, como si se tratase de un viejo amor -que ni se olvida ni se
deja-, permanezca en nuestra mente y nuestro corazón y, con suerte, en nuestrabiblioteca. Nuestro libro de cabecera -algo parecido a un médico del alma-.
Para saber
cuál es ese libro que todos llevamos dentro -a veces sin saberlo-, deberemos
haber leído una gran cantidad de ellos. Hagamos de cuenta que usted es un
buscador de oro caminando en el lecho de un arroyuelo (representado éste por
una librería, una biblioteca, un parador de libros o una ciudad de obras
literarias) en cuyo cuerpo le han dicho que otros gambusinos han encontrado
enormes pepitas de oro (el libro de cada quien). Cuánto lodo, piedrecitas, más
lodo, más piedras, residuos de hojas y ramas secas, semillas de frutos que han
caído ahí de los árboles que crecen en la ribera, y muchos cuerpos más, debe
usted apartar con cribas de diferentes luces para dar con ese trozo anhelado, el
amarillo y bello mineral más apreciado por el hombre para recrear con él sus
sentidos.
Pues muchos
colegas dicen que no es posible reducir a diez cuáles son los mejores libros
que han leído. Para ellos, tal número no es suficiente para enumerarlos.
En las
redes sociales se inició, no hace mucho, un juego, en realidad, un reto:
-“Escribe en tu muro cuáles son los 10 mejores libros
que has leído”, me retaron dos amigos escritores. Ambos personajes muy letrados
y memoriosos.
No pude contestar cabalmente a estos colegas de la
palabra escrita porque el juego, implícitamente, se refiere a libros de
humanidades. Mi primer campo de estudio fueron las ciencias exactas por lo que
uno de los libros inolvidables, un compañero en mi soledad juvenil (tengo mucho
de solitaria aun cuando tengo muchos amigos y amo viajar, pero no en grupo),
fue College Algebra de Max Peters. Un libro de matemática básica que me brindó
un panorama desde los conceptos básicos del Álgebra (una de mis materias
favoritas), hasta las Permutaciones y Combinaciones. El pensamiento matemático
sigue siendo una clave de mí misma.
Afortunadamente también he leído libros que han
transformado mi manera social de mirar el mundo. Y es ése el chiste de la
lectura: conocer a la humanidad a través de la anécdota; claro que al autor lo
descubrimos también a través de su obra: novela, ensayo, poesía, artículo
científico o cualquier otro género que nos comparte.
Hace pocos días tomaba un
cafecito en el Zócalo de la ciudad y puerto de Veracruz con una entrañable
amiga de quien bien pudiera referirme como una hermana menor; la familia
paterna de ella y la mía, emparentaron gracias al oficio de la relojería. El
padre de su padre fue maestro del mío en el antiguo y noble oficio de
reparación y mantenimiento de maquinarias para medir el tiempo.
Le
platicaba a Gela Acevedo acerca de la revista Selecciones del Reader´s Digest,
de la cual tengo recuerdos muy precisos hasta la fecha.
Allá en los
años mil novecientos cincuenta y sesenta, la mencionada revista cubrió
ampliamente, en nuestra sociedad, un servicio educativo, cultural, literario, noticioso
y de esparcimiento. En estas décadas, las formas de allegarse de documentales,
novelas, grandes obras maestras de la literatura universal, noticias nacionales
e internacionales, vocabulario, eran muy escasas. Tan apreciada fue esta
publicación por las mismas escuelas públicas, que a los niños más aventajados -meritocracia
pura y dura- les obsequiaban suscripciones personales que llegaban a sus
propias casas.
En esta
revista, secciones como “La risa, remedio infalible” más el cómic “Rolando el
Rabioso”, nos abrieron el mundo de la risa pero obligadamente nos echaron a
andar la mente para comprender la sátira, la ironía, el humor blanco o negro.
Como cuando Pitoloco, el escudero de Don Rolando el Rabioso, quiso cortarse un
brazo para comérselo pues se encontraban, él y su amo, en situación de sitio.
El remedio
infalible de la risa, en mi casa, no se cultivó. Procedo de una familia en la
que el cumplimiento del deber, la seriedad, la responsabilidad, el tomarse la
vida en serio, el buscar culpables para todo aquello que rompiera con el orden
establecido, fueron el pan nuestro de cada día.
Fue por eso
que recurrí a los libros como un escape de ese ambiente opresor y asfixiante.
Los libros (cualquiera que cayera en mis manos) eran las únicas válvulas de
escape para esa presión que bien pudo llevarme hacia otros sitios menos
placenteros.
Para mí, mi
libro favorito es todos los libros que he leído, los que aún no he leído; los
que ya escribí y los que aún no he escrito.
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