Era la tercer cerveza de la mañana pero
nunca regresaba a Guichochi antes de tomarse el six completo. Cada que venía a
Hidalgo del Parral, cuando le pagaban su jornal de albañil, Rosario se pasaba por
el comercio “Los Dorados de Villa” y ahí se empinaba la media docena de
cervezas que le apaciguaban el calor y le hacían olvidar sus sueños frustrados.
Como si fueran las mismas cervezas que se tomaron entonces, recordó al hombre trajeado
y de corbata, aunque ajado por el viaje, quien le platicó la historia que nunca
olvidó.
Coincidieron ambos en “Los Dorados de
Villa” hacía muchos años, en 1940 más o menos, Chayo tendría como 19 años y
muchas ganas de estudiar. Una avería en el auto del letrado, quien se dirigía a
la ciudad de Chihuahua, más el peculiar nombre del establecimiento, fueron las
circunstancias que desataron la plática entre Rosario y el visitante quien,
para hacer tiempo mientras venían en su ayuda desde la ciudad de Chihuahua, entró
a guarecerse de la inclemencia del sol con un libro, empastado en rojo, bajo el
brazo y cuyos caracteres dorados llamaron la atención del joven: “El águila y
la serpiente", alcanzó a leer Rosario. El forastero advirtió las miradas
que el joven lanzaba al volumen y le dijo: Acabo de comprarlo en la capital y
pienso usarlo con mis estudiantes en Chihuahua, soy profesor de la escuela de
derecho. Ah, nuncamente vide algo así, ¿qué es? preguntó Rosario.
Pues verás, contestó el hombre de
aproximadamente 35 años, grueso, cabello y bigote negros, al mismo tiempo que
se limpiaba el sudor y los espejuelos con un paliacate rojo, la literatura es
bonita pero lo que nos cuenta a veces no precisamente es para darnos gusto, si
no para hablarnos de la miseria humana. La experiencia de la lectura no siempre
es placentera. Eso dijo el letrado. ¿Cómo es eso? si se ve rete bonito ansina colorado.
Mira, para empezar, este libro lo
escribió un chihuahuense, Martín Luis Guzmán, quien estudió derecho en la
Ciudad de México pero en 1914 se unió a las tropas de Francisco Villa, con
quien trabajó de cerca. Este escritor también ha sido diputado nacional y ha estado exiliado en España. Una de las historias que cuenta en este tomo es cómo Fierro, el "espejo" de Villa, ese personaje siniestro de la revolución mexicana, mató a trecientos prisioneros, a quienes llamaban "colorados", él solito. ¿Sin que nadie le ayudara, pues? preguntó el joven al mismo tiempo que se atragantaba con la carta Blanca en turno, Po´s ha de haber sido muy valiente. No, nada de valiente, estamos hablando de asesinatos, las ejecuciones se hacían sin juicio alguno de por medio y, en este caso, eran paisanos, chihuahuenses de cepa pura. Tampoco fue él solito, aunque sí fue el único que jaló el gatillo, los soldados de caballería le enfilaron los prisioneros como ganado que pasan de uno a otro corral y él hizo lo demás. Solo su asistente participó de manera más directa, no disparando si no proporcionándole las armas cargadas al ritmo que él las requería, bajo la
amenaza de tumbárselo a él también si no hacía bien su trabajo. La historia que
cuenta esto, se llama "La fiesta de las balas", y puede ser
que sea el origen del mito que ha rodeado siempre a Rodolfo Fierro sin que la
gente sepa que la anécdota es real y que fue Martín Luis Guzmán quien la
documentó gracias a la cercanía que tuvo con toda esa gente de Villa.
Siguieron
hablando sobre el libro y su autor refiriéndose a otros pasajes, pero lo que el
viejo Rosario no pudo olvidar fue que el licenciado del auto averiado le dijera
que en esa historia, Fierro era mostrado por el escritor en todo su esplendor.
Una vez que le explicó el significado de la palabra, Don Chayo se sorprendió: los
que tienen sed de sangre, pueden tener esplen, esplen…eso que dice usted,
esplendor?
Sí,
escucha estos párrafos: “Llevaba enhiesta la cabeza, arrogante el busto, bien
puestos los pies en los estribos y elegantemente dobladas las piernas entre los
arreos de campañas sujetos a los tientos de la montura.” Los asesinos pueden
ser elegantes y los puede iluminar la luz de la tarde con bellos tintes
rosáceos, como se declara aquí: “Su figura, grande y hermosa, irradiaba un aura
extraña, algo superior, algo prestigioso y a la vez adecuado al triste abandono
del corral.”, “Su sombrero gris y ancho de ala se teñía de rosa al recibir de
soslayo la luz poniente del sol.”
Y
por si fuera poco, haber tenido el poder para matar a trecientos desgraciados a
su antojo, con un plan que él solito preparó y llevó a cabo, prácticamente sin
errores, habla del magnífico maldito que fue en ese, su momento de gloria.
El
six llegaba a su fin, Don Chayo tenía que volver a Guachochi. La última cerveza
le puso en claro que podía morirse en cualquier momento satisfecho con su vida,
pues aun cuando no pudo concretar para él mismo los planes de estudio, sí logró
que su hijo lo hiciera, tan lejos llegó, que ahora era el Director de la escuela CEB 7/1, que gracias a sus gestiones, ostentaba el nombre de "Martín Luis Guzmán".
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