jueves, 2 de octubre de 2014

UN SOMBRERO GRIS Y DE ALA ANCHA



Era la tercer cerveza de la mañana pero nunca regresaba a Guichochi antes de tomarse el six completo. Cada que venía a Hidalgo del Parral, cuando le pagaban su jornal de albañil, Rosario se pasaba por el comercio “Los Dorados de Villa” y ahí se empinaba la media docena de cervezas que le apaciguaban el calor y le hacían olvidar sus sueños frustrados. Como si fueran las mismas cervezas que se tomaron entonces, recordó al hombre trajeado y de corbata, aunque ajado por el viaje, quien le platicó la historia que nunca olvidó.
Coincidieron ambos en “Los Dorados de Villa” hacía muchos años, en 1940 más o menos, Chayo tendría como 19 años y muchas ganas de estudiar. Una avería en el auto del letrado, quien se dirigía a la ciudad de Chihuahua, más el peculiar nombre del establecimiento, fueron las circunstancias que desataron la plática entre Rosario y el visitante quien, para hacer tiempo mientras venían en su ayuda desde la ciudad de Chihuahua, entró a guarecerse de la inclemencia del sol con un libro, empastado en rojo, bajo el brazo y cuyos caracteres dorados llamaron la atención del joven: “El águila y la serpiente", alcanzó a leer Rosario. El forastero advirtió las miradas que el joven lanzaba al volumen y le dijo: Acabo de comprarlo en la capital y pienso usarlo con mis estudiantes en Chihuahua, soy profesor de la escuela de derecho. Ah, nuncamente vide algo así, ¿qué es? preguntó Rosario.
Pues verás, contestó el hombre de aproximadamente 35 años, grueso, cabello y bigote negros, al mismo tiempo que se limpiaba el sudor y los espejuelos con un paliacate rojo, la literatura es bonita pero lo que nos cuenta a veces no precisamente es para darnos gusto, si no para hablarnos de la miseria humana. La experiencia de la lectura no siempre es placentera. Eso dijo el letrado. ¿Cómo es eso? si se ve rete bonito ansina colorado.
Mira, para empezar, este libro lo escribió un chihuahuense, Martín Luis Guzmán, quien estudió derecho en la Ciudad de México pero en 1914 se unió a las tropas de Francisco Villa, con quien trabajó de cerca. Este escritor también ha sido diputado nacional y ha estado exiliado en España. Una de las historias que cuenta en este tomo es cómo Fierro, el "espejo" de Villa, ese personaje siniestro de la revolución mexicana, mató a trecientos prisioneros, a quienes llamaban "colorados", él solito. ¿Sin que nadie le ayudara, pues? preguntó el joven al mismo tiempo que se atragantaba con la carta Blanca en turno, Po´s ha de haber sido muy valiente. No, nada de valiente, estamos hablando de asesinatos, las ejecuciones se hacían sin juicio alguno de por medio y, en este caso, eran paisanos, chihuahuenses de cepa pura. Tampoco fue él solito, aunque sí fue el único que jaló el gatillo, los soldados de caballería le enfilaron los prisioneros como ganado que pasan de uno a otro corral y él hizo lo demás. Solo su asistente participó de manera más directa, no disparando si no proporcionándole las armas cargadas al ritmo que él las requería, bajo la amenaza de tumbárselo a él también si no hacía bien su trabajo. La historia que cuenta esto, se llama "La fiesta de las balas", y puede ser que sea el origen del mito que ha rodeado siempre a Rodolfo Fierro sin que la gente sepa que la anécdota es real y que fue Martín Luis Guzmán quien la documentó gracias a la cercanía que tuvo con toda esa gente de Villa.
Siguieron hablando sobre el libro y su autor refiriéndose a otros pasajes, pero lo que el viejo Rosario no pudo olvidar fue que el licenciado del auto averiado le dijera que en esa historia, Fierro era mostrado por el escritor en todo su esplendor. Una vez que le explicó el significado de la palabra, Don Chayo se sorprendió: los que tienen sed de sangre, pueden tener esplen, esplen…eso que dice usted, esplendor?
Sí, escucha estos párrafos: “Llevaba enhiesta la cabeza, arrogante el busto, bien puestos los pies en los estribos y elegantemente dobladas las piernas entre los arreos de campañas sujetos a los tientos de la montura.” Los asesinos pueden ser elegantes y los puede iluminar la luz de la tarde con bellos tintes rosáceos, como se declara aquí: “Su figura, grande y hermosa, irradiaba un aura extraña, algo superior, algo prestigioso y a la vez adecuado al triste abandono del corral.”, “Su sombrero gris y ancho de ala se teñía de rosa al recibir de soslayo la luz poniente del sol.”



Y por si fuera poco, haber tenido el poder para matar a trecientos desgraciados a su antojo, con un plan que él solito preparó y llevó a cabo, prácticamente sin errores, habla del magnífico maldito que fue en ese, su momento de gloria.
El six llegaba a su fin, Don Chayo tenía que volver a Guachochi. La última cerveza le puso en claro que podía morirse en cualquier momento satisfecho con su vida, pues aun cuando no pudo concretar para él mismo los planes de estudio, sí logró que su hijo lo hiciera, tan lejos llegó, que ahora era el Director de la escuela CEB 7/1, que gracias a sus gestiones, ostentaba el nombre de "Martín Luis Guzmán". 




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