El mes
patrio nos hace reflexionar sobre nuestros valores. Algunos de ellos se van
perdiendo sin que sepamos bien a bien porqué pero de otras pérdidas sí somos
muy responsables. La siguiente anécdota pudo haber ocurrido en cualquier lugar
del mundo.
En el país de
Tudar, una guerra intestina entre nacionalistas y comunistas había segado a la
mitad de la población. El líder del partido comunista fue tomando fama de cruel
y despiadado, el gran Tung-Ma (que después cambió su nombre para darle otro
significado) pensaba que no importaba el número de muertes ni la forma de morir
si, al final, los campesinos se veían beneficiados con leyes más justas que
elevaran su nivel de vida mediante una educación igualitaria.
Innumerables asesinatos a sangre fría,
ejecuciones, emboscadas, traiciones y torturas, fueron mermando el número de habitantes de
ambos bandos y de quienes ni siquiera sabían, bien a bien, cuál era el motivo
de la guerra civil que soportaban. La generación de adultos se diezmó de tal
manera que en el país quedaron solamente pobladores de la siguiente generación,
pero el General Tung-Méi (cuyo nuevo nombre significaba en su idioma “Yo seré”)
se mantuvo vivo, rodeado de un séquito que, por miedo a sus represalias, cuidó
de él a costa de su propia vida.
Llegó el
momento en el que la Nueva República de Tudar se instituyó y el líder de la
guerra fue nombrado presidente vitalicio.
Comenzó
entonces una Gran Campaña Educativa con la materia prima más importante de
cualquier país sea ganadero, petrolero, industrial, agrícola, pesquero, minero:
el ser humano.
Fue así que
los miembros de mayor edad de la nueva generación, fueron seleccionados para
ser entrenados como maestros de los menores. Urgía sentar las bases patrióticas
y cívicas de los nuevos ciudadanos.
Las escuelas
se reabrieron dando cabida a miles de niños, los flamantes profesores fueron
enviados a los más apartados pueblos y aldeas. El primer día de clases, en todas
las escuelas y en todos los grados, se repitió la siguiente escena:
-¿Uds. creen
en Dios?, preguntó el profesor correspondiente.
-Síiiii,
corearon los niños.
-¿Tienen
confianza en él?
-Síii,
profesor(a), con la tonadilla que todos conocemos en los chiquillos cuando
corean.
-Pues
entonces, dijo la correspondiente profesora, pídanle con todas sus fuerzas que
les traiga dulces en este momento.
Los niños oraron
con todo fervor y nada pasó en el aula. El retrato gigantesco del General
Tung-Méi presidía la clase a un lado de la bandera antigua (que simbolizaba al
régimen abolido) la cual descansaba en su urna.
- ¿Uds. creen
en Él?, dijeron los profesores señalando la fotografía de Tung-Méi con todo
respeto.
Los niños
se miraron desconcertados. No tenían idea de quién era esa persona y si debían
creer o no en ella.
-Niños, es el
Gran General Tung-Méi, nuevo
presidente de nuestra República. Pídanle a Él los dulces.
Los niños,
como todo niño, a pesar del desencanto sufrido anteriormente, cerraron los ojos
-a petición de sus profesores- y volvieron a orar con todas sus fuerzas.
Cada quien,
en su propia aula, caminó de puntillas entre los chicos depositando una bola de
arroz caramelizado sobre la mesa, frente a cada pupilo.
-¡Ahora, abran
los ojos! fueron las palabras que se escucharon.
Los
infantes encontraron sobre sus pupitres las razones por las que deberían creer
y tener fe en el General Tung-Méi. Una vez pasada la emoción del hallazgo de
los arroces, los profesores dirigieron otra pregunta a sus alumnos:
-¿Quiénes de
ustedes aman la bandera nacional?
Todos
levantaron la manita y se miraron entre ellos ilusionados con lo que a
continuación pasaría -aunque no sabían qué- presentían que sería algo
agradable. El recuerdo de la aparición de los dulces estaba fresco y en su boca
aún sentían la miel de los arroces.
-Si aman la
bandera, ¿les parece bien que cada uno de ustedes se lleve un cachito a casa?
Los niños
aplaudieron de gusto. Les pareció muy importante la posesión de una reliquia
conservada en una urna tan bonita, con vidrios a los cuatro costados brillantes
y límpidos y de madera muy bien pulida.
La bandera
fue sacada de su vitrina y parsimoniosamente, el profesor o profesora la fue
cortando en pedacitos que entregó a cada uno de los pequeños.
La
ceremonia de inicio de clases concluyó. Los niños se dieron a la tarea, guiados
por su maestro, de construir la Nueva República de Tudar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario