jueves, 2 de octubre de 2014

HONORES A LA BANDERA





El mes patrio nos hace reflexionar sobre nuestros valores. Algunos de ellos se van perdiendo sin que sepamos bien a bien porqué pero de otras pérdidas sí somos muy responsables. La siguiente anécdota pudo haber ocurrido en cualquier lugar del mundo.
En el país de Tudar, una guerra intestina entre nacionalistas y comunistas había segado a la mitad de la población. El líder del partido comunista fue tomando fama de cruel y despiadado, el gran Tung-Ma (que después cambió su nombre para darle otro significado) pensaba que no importaba el número de muertes ni la forma de morir si, al final, los campesinos se veían beneficiados con leyes más justas que elevaran su nivel de vida mediante una educación igualitaria.
 Innumerables asesinatos a sangre fría, ejecuciones, emboscadas, traiciones y torturas,  fueron mermando el número de habitantes de ambos bandos y de quienes ni siquiera sabían, bien a bien, cuál era el motivo de la guerra civil que soportaban. La generación de adultos se diezmó de tal manera que en el país quedaron solamente pobladores de la siguiente generación, pero el General Tung-Méi (cuyo nuevo nombre significaba en su idioma “Yo seré”) se mantuvo vivo, rodeado de un séquito que, por miedo a sus represalias, cuidó de él a costa de su propia vida.
Llegó el momento en el que la Nueva República de Tudar se instituyó y el líder de la guerra fue nombrado presidente vitalicio.
Comenzó entonces una Gran Campaña Educativa con la materia prima más importante de cualquier país sea ganadero, petrolero, industrial, agrícola, pesquero, minero: el ser humano.
Fue así que los miembros de mayor edad de la nueva generación, fueron seleccionados para ser entrenados como maestros de los menores. Urgía sentar las bases patrióticas y cívicas de los nuevos ciudadanos.
Las escuelas se reabrieron dando cabida a miles de niños, los flamantes profesores fueron enviados a los más apartados pueblos y aldeas. El primer día de clases, en todas las escuelas y en todos los grados, se repitió la siguiente escena:
-¿Uds. creen en Dios?, preguntó el profesor correspondiente.
-Síiiii, corearon los niños.
-¿Tienen confianza en él?
-Síii, profesor(a), con la tonadilla que todos conocemos en los chiquillos cuando corean.
-Pues entonces, dijo la correspondiente profesora, pídanle con todas sus fuerzas que les traiga dulces en este momento.
Los niños oraron con todo fervor y nada pasó en el aula. El retrato gigantesco del General Tung-Méi presidía la clase a un lado de la bandera antigua (que simbolizaba al régimen abolido) la cual descansaba en su urna.  
- ¿Uds. creen en Él?, dijeron los profesores señalando la fotografía de Tung-Méi con todo respeto.
Los niños se miraron desconcertados. No tenían idea de quién era esa persona y si debían creer o no en ella.
-Niños, es el Gran General Tung-Méi, nuevo presidente de nuestra República. Pídanle a Él los dulces.
Los niños, como todo niño, a pesar del desencanto sufrido anteriormente, cerraron los ojos -a petición de sus profesores- y volvieron a orar con todas sus fuerzas.
Cada quien, en su propia aula, caminó de puntillas entre los chicos depositando una bola de arroz caramelizado sobre la mesa, frente a cada pupilo.
-¡Ahora, abran los ojos! fueron las palabras que se escucharon.
Los infantes encontraron sobre sus pupitres las razones por las que deberían creer y tener fe en el General Tung-Méi. Una vez pasada la emoción del hallazgo de los arroces, los profesores dirigieron otra pregunta a sus alumnos:
-¿Quiénes de ustedes aman la bandera nacional?
Todos levantaron la manita y se miraron entre ellos ilusionados con lo que a continuación pasaría -aunque no sabían qué- presentían que sería algo agradable. El recuerdo de la aparición de los dulces estaba fresco y en su boca aún sentían la miel de los arroces.
-Si aman la bandera, ¿les parece bien que cada uno de ustedes se lleve un cachito a casa?
Los niños aplaudieron de gusto. Les pareció muy importante la posesión de una reliquia conservada en una urna tan bonita, con vidrios a los cuatro costados brillantes y límpidos y de madera muy bien pulida.
La bandera fue sacada de su vitrina y parsimoniosamente, el profesor o profesora la fue cortando en pedacitos que entregó a cada uno de los pequeños.

La ceremonia de inicio de clases concluyó. Los niños se dieron a la tarea, guiados por su maestro, de construir la Nueva República de Tudar.    

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