PARTE I
San Miguel,
patrono de la ciudad enclavada en las Grandes Montañas, revoloteaba inquieto
sobre su hermosa catedral (el colorcito que le habían puesto no le agradaba, le
hacía sentirse patrono de un pueblo insignificante, no de la antigua y señorial
ciudad, asiento comercial y cultural de multitud de poblados aledaños). Cuando
aún se encontraba volando por encima de las nubes, había confundido los
mosaicos de colores de la cúpula sur, esa que guarece la capilla del Santísimo,
con puestos de flores. Eso le tranquilizó momentáneamente. La paz le duró hasta
que se acercó a la Tierra en el preciso momento que unos tipos mal encarados, policías
vestidos de civiles, destrozaban a pisotones aguacates, ciruelas y plátanos
dominicos que ahora formaban una masa informe desparramada por la acera frontal
del Palacio de Hierro Municipal, ese monumento histórico que fue inaugurado el
16 de septiembre de 1894 y que se da el tú por tú con la arquitectura de la flamante
catedral. El Arcángel más poderoso de la legión alzó su mano derecha, compuso sus
dedos a la manera en que dan la bendición los sacerdotes, y la direccionó hacia
el par de golpeadores. Éstos quedaron congelados por una fracción de segundo.
Esta acción pasó inadvertida para los transeúntes que se acercaron dispuestos a
ayudar a la dueña de las mercancías, una mujer entrada en carnes, de unos
cincuenta años, con una larga y negra trenza sujeta con listones y pasadores de
colores, ataviada con un vestido de satín coral brillante de falda tableada y tirantes,
por debajo de los cuales lucía una blusa blanca adornada por rosas azul marino
en el escote delantero y trasero. De la parte inferior de la enagua coral
sobresalía, por el lado de adentro, una punta a ganchillo tan virtuosamente
tejida que envidiarían las mismas damas de Brujas. Esa fracción de segundo fue
suficiente para que, al reaccionar el par de idiotas, se fueran de bruces sobre
las machacadas mercancías y se batieran de pulpa de fruta camisa, brazos y
cara. La gente se burló de ellos al verlos untados de colores.
San Miguel
volvió a intervenir. Esta vez los enviados de Comercio olvidaron qué estaban
haciendo ahí. Se miraron uno al otro desconcertados y al advertir la ruina en que
estaban, partieron a correr avergonzados. Doña María también sonrió, pero le
ganaba la tristeza al mirar la venta del día hecha puré. Ojos rojos y un
puchero de rabia y angustia contenido en su garganta. Recogió sus canastas y se
metió a la Catedral a orar, no tenía más alternativa que agenciarse alguna
limosna para regresar a su pueblo en la montaña. Al llegar hasta su altar, San
Miguel dejó de clavar la lanza en Satanás. María se quejó con el Arcángel: -Ya
no los aguanto, es la tercera vez que me destruyen mi mercancía y ya no tengo
dinero ni pa´ regresar a mi pueblo, yo contaba con el dinerito del día pa´
llevar comida a mis chilpayates, está rete caro el máiz y lo único que tragamos
son tortillas y chile. Cuando se puede, frijoles. El de las gigantes alas, le contestó:
-Intercederé por ti y toda tu especie.
María se
secó las lágrimas con el dorso de las manos y tomó solo las monedas necesarias
para regresar a su pueblo de la charola de las limosnas. El Arcángel se hizo
disimulado regresando a la tarea que todos conocemos de picarle las costillas
al Colorado, pero a Él ya no le hace ninguna gracia cuando se da cuenta que lo
necesita un montón de gente desprotegida.
- Esa misma noche, cuando se cerró la última
puerta de la catedral, san Miguel Arcángel se acercó a Dios y le dijo: -En el
centro de esta ciudad que me has encomendado, los vendedores ambulantes andan
en serios problemas con las autoridades, quienes les han declarado tolerancia
cero.
-¿Cómo han
llegado las cosas a ponerse así?, contestó el Altísimo. -Pues verás, ya sabes
que desde hace siete años el PRI desplazó al PAN, gracias al “pegue” que tiene
Don Manuel De´Cena, y este señor, magnífico empresario, ha convertido la administración
de la ciudad en un negocio muy próspero.
-¿Qué tiene
eso qué ver? preguntó Dios al arcángel y a las claras se veía que perdía la
paciencia dada la enorme cantidad de asuntos por resolver antes que saliera el
sol.
- Mi Señor,
tiene mucho que ver porque los vendedores ambulantes NO pagan impuestos. Y no
hay gobierno al que le caigan bien aquellos que conforman la economía
subterránea.
-Algo
tienen que pagar, lo que es del César al César y lo que es de Dios, a Dios.
-Bueno sí,
pagan permisos para vender, pero sucede que a veces no los pagan o no traen
cargando la credencial de vendedor y sabes, Mi Señor, que hoy en día, las
personas que no traen una credencial oficial encima, no existen, no pueden
hacer ningún tipo de trámite, de pago, de compra, no pueden ni ir a los
sanitarios de paga porque ahí también deben identificarse.
-¿Son
muchos los ambulantes que son atropellados por las autoridades en esta ciudad?
Los casos
que se dan a conocer no son tantos pero la gente está descontenta, se esconden
como pueden, ejercen su oficio a escondidas y cuando se ponen valientes por la
necesidad, pácatelas, los golpean y les quitan sus mercancías o se las echan a
perder.
-Organízalos,
Miguel, organízalos. Trae un reporte donde los clasifiques y expliques ahí la
utilidad de cada uno. Ya pensaré cómo resolver este asunto.
El ángel
levantó la rodilla del suelo, hizo una genuflexión con la cabeza y dijo:
-Tu palabra
es ley, Señor de los ejércitos, así se hará.
PARTE II
Para San Miguel, el venerado Patrono de la
ciudad escenario del maltrato a los ambulantes, era claro que cumplir con la
tarea encomendada por el Altísimo de clasificarlos, requería de una estrategia
de recabación de datos con un alto nivel de logística. Necesitaría echar mano
de toda su capacidad ya que un rápido sobrevuelo de reconocimiento reveló que
los mercaderes ambulantes ejercían sus operaciones más allá de la zona céntrica
y que se presentaban ante el público bajo las formas más variadas e
inverosímiles. ¡Un monstruo de mil cabezas!
Por otro lado, el abuso de los policías
en contra de los vendedores era un tema originado en la similitud de la extracción
social de ambos bandos. Mientras unos habían dado la “escalada” colocándose en
puestos cuyos salarios “forman parte del presupuesto” los otros se ganaban la
vida vendiendo productos del campo, en su mayoría sin procesar, lo cual,
internamente, les hace creer en una falsa superioridad de unos sobre otros. Si
a este odio intrarracial se suman las nuevas reglas de tolerancia cero para los
ambulantes en la zona céntrica, encontraremos el por qué se han convertido unos
y otros en acérrimos enemigos, mejor dicho, los vendedores ambulantes se han
convertido en perfectas víctimas de los abusadores quienes ostentan el poder de
macanearlos, perseguirlos, tirarles sus productos e insultarles verbalmente sin
que haya habido consecuencias hasta el momento.
El Arcángel, sentado en lo alto de su
cúpula, miraba la multitud que se conglomera en el Parque y meditaba cómo se
vería éste sin aquellos manojos de globos que, aun sin comprarlos, hacen la
delicia no solo de los niños, también de los transeúntes que pasan por ahí. Mirar
esos colores recortando el azul y el verde del cerro, llenan el espíritu de
alegría. Debía encontrar la punta del ovillo que tenía enfrente pues ¿cuál era
el verdadero significado del término ambulantaje? y ¿cuántas las categorías en
que éste se subdividía? Para lograr una respuesta mundana, como debería serlo,
el divino ser se apropió de una personalidad humana. Doblegó sus fantásticas y
poderosas alas y recogió en una liga su blondo cabello con lo cual tenía, desde
ya, la pinta de un profesor de arte. Se metió en el anticuado traje que el cura
guardaba para ocasiones especiales en la sacristía de su catedral (lo cual
contribuyó también en buena medida a darle la personalidad deseada). Con ayuda
de su magia decoró el traje con pinceladas de infinitos colores, igual que los
globos, al fin que el óleo es una sustancia común en cualquier iglesia. Con el
calzado sí batalló. Miguel, el Arcángel, calza del número 11 americano y el
sacerdote sólo llega al 9. Por lo pronto, se dejó las santas sandalias, lo cual
permitió que de toda su bella apariencia sobresalieran los pies, blanquísimas
aves enjauladas en correas.
Ni en el Archivo Municipal, ni en la
Biblioteca de la Unidad de Servicios Bibliotecarios y de Información de la
Universidad Veracruzana, ni en los libros contables del Honorable Ayuntamiento,
encontró el Santo Patrono el significado de “ambulantaje”, mucho menos la forma
en que éste se subdivide. Esto puede deberse tanto a la aparición continua de nuevas
especies como a que otras se mantienen en lo oscurito. De cualquier manera,
quienes se dedican a esta actividad tienen algo en común: son comerciantes transitando
el subterráneo de la economía y, curiosamente, eso los empareja con las grandes
empresas que inundan este país hasta los mismos bordes de las zonas marginadas
y aún penetran en éstas, como un fluido incontenible, en vehículos motorizados
de cualquier tamaño. Este túnel de la economía sumergida también iguala al
ambulantaje con ciertas instituciones financieras en el asunto de los
impuestos, es decir, un sitio donde sobra la oscuridad, pues los aranceles que éstas
pagan no quedan claros para el resto de los ciudadanos quienes soportan como
valerosas hormigas las cargas fiscales. Todos sabemos que estos insectos se
destacan soportando una carga mayor a su propio peso sobre sus minúsculos
cuerpecillos.
El Ángel regresó frustrado a desarrollar
en su pedestal su trabajo cotidiano de picar con su lanza al demonio. Al día
siguiente, una pareja de preparatorianos que entró a la iglesia le dieron la
pista de dónde buscar. Ella, con la falda remangada en la cintura para
acortarla, mascaba chicle bomba y lucía pestañas muy rizadas. Él, de cara granujienta
y flaco como una flauta. Ambos, la vista puesta en sus celulares y el pulgar
derecho en acción. Se sentaron en la banca de hasta delante y el flaco preguntó
a la pestañas rizadas:
-Oye, ¿por qué no hiciste la tarea? solo
era buscar el significado de esas diez palabras.
-Pu´s porque se me acabó el crédito, tú.
Me gasté todo el dinero que me dio mi amá en puras tonterías.
-Y ¿por qué no fuiste a un ciber?
-Hay no, que flojera, eso de los ciber
no me gusta, huelen bien feo y los teclados están borrados de tanta gente que
los manosea. Fuchilángala.
-Pos si sigues así, nos van a reprobar a
los dos y ya no voy a aguantar a mi jefa con sus regaños. Y tú, ya no me vas a
volver a ver…
Los chicos se salieron por la puerta más
cercana buscando señal para sus equipos portátiles.
San Miguel recordó haber visto varios
letreros en locales comerciales que contenían el prefijo “ciber” y volando,
literalmente, aun cuando sus alas estaban plegadas nuevamente bajo el disfraz
de profe de artísticas, se fue derechito a un cibercafé en la parte frontal del
Parque. Ya el manejo de la computadora y la navegación los aprendió en un
santiamén haciendo uso de sus poderes sobrenaturales.
PARTE III
El Ángel
Santo, príncipe de las cortes celestiales, entre más observaba las calles,
menos entendía el asunto. Como ya se había aclarado anteriormente, lo primero para
cumplir la encomienda del Señor de los Ejércitos, era poner en claro quiénes,
de la gran variedad de vendedores con los que uno se topa en las regiones urbanas,
eran ambulantes y quiénes no. En una vuelta de reconocimiento a la zona Norte
de aquella ciudad del benigno clima, llamó su atención la alta concentración de
personas ataviadas de azul y blanco en un gran edificio semicircular de color grisáceo.
Vaya, un cielo privado puesto a la venta -pensó-. Pero no, resultó ser el
Hospital del ISSSTE. En la gran explanada de entrada, entre otros vendedores
con puestos semifijos que desprendían olor a manteca caliente y cebolla frita,
un personaje llamó su atención: un hombre como de unos treinta años, vestido
pobremente, barbado, claro de piel, cabello negro y de rostro dulce quien, con
voz aún más dulce gritaba: “dulceees”, cocaaaadas, obleeeeas. Sostenía sobre
sus piernas una caja, más bien chica, de plástico transparente en donde se
alcanzaba a ver su exigua mercancía.
Lo primero
que los humanos piensan sobre el estado natural del ser ambulante, es que el
comerciante con tal calificativo, es alguien caminando continuamente pero no es
así. En el ciber, tras una rápida búsqueda, San Miguel leyó en la pantalla: “El
artículo 135 de la Ley de Hacienda del Distrito Federal define al comerciante
ambulante como la persona que usa las vías públicas para realizar actividades
mercantiles de cualquier tipo, ya sean en puestos fijos, semifijos o en forma
ambulante.” Ah, bien, pensó, de manera que los que colocan sus puestos en las
avenidas, son ambulantes también, y aquí podríamos contar a quienes sacan sus productos
fuera de sus comercios estropeando el paso en las vías públicas, pero parece
ser que estos comerciantes gozan de tal derecho, afeando la ciudad, debido a
que ahí juntito poseen o rentan un local. ¿Acaso no podrían caer también en esta
clasificación los enormes tráileres de negros refrescos que se adueñan de las
calles céntricas y periféricas provocando que el tráfico se detenga cuando dan
vuelta? ¿No cumplen la misma función del ambulantaje que es llevar un producto
hasta su destino?
La cosa iba
aclarando: todo aquel que se instala a vender en un puesto fijo o semifijo o
caminando por la calle se considera ambulante. Dicho de otro modo, mientras no
tengas un local propio o pagues renta, caes en la siguiente definición: «… comercio
ambulante, unos lo llaman “sector informal de la economía”, otros “economía
subterránea”, “economía sumergida” o “economía ilegal”…
». Lo que es más impactante
es que «… a los trabajadores de este
sector se les denomina “trabajadores independientes”, “trabajadores
informales”, “trabajadores ilegales”, “trabajadores por cuenta propia”, etc.»
Trabajadores por cuenta propia no está tan mal, pero “trabajadores ilegales”,
sí que suena mal. Esta causa se suma a los otros motivos de su persecución.
San Miguel
tomó nota mental de las definiciones y se dispuso a sobrevolar nuevamente la
ciudad para clasificar todo aquello que pudiera caer en el dominio de la
palabra. Después de un arduo volar, escribir y borrar, pensar y meditar, se fue
a su merecido descanso. Aquella noche, se acercó a Dios muy contento por su
tarea terminada y le expuso lo siguiente:
-Señor, he
hecho una clasificación de lo que existe en la ciudad y te la expongo ahora:
para poder agrupar en clases coherentes a los ambulantes, he partido de su
propio nombre y he decidido usar como clave la manera en que se mueven para
transportar sus mercancías, así tenemos:
a) Aquellos
que disponen de un vehículo que preserva ya sea a alta o baja temperatura, sus
mercancías, como sucede con quienes venden tamales, nieves, helados, esquites,
elotes, etc. b) Por otro lado tenemos a los carromatos en donde ha sido
instalado un sistema para combustión. En esta categoría están los vendedores de
hot cakes, hamburguesas, hot dogs y plátanos y camotes asados (aunque observé
que actualmente no llevan el asador encendido y el silbato de vapor con el que
se anunciaban lo sustituyen por una campanilla, c) Los que tienen carritos sin
mantener calor o frío y sin generar combustión. Son quienes venden pan, fruta
picada y fruta con chile, d) Los que poseen un automóvil o una camioneta con
sonido instalado e inundan las colonias con sus anuncios de verdura y fruta a
precios de ganga, e) Los que venden directamente de un camión de redilas
apostados cerca de los mercados o en las carreteras, f) Los que venden
productos del campo en una carretilla de esas que se usan para transportar
tierra, g) Los que no tienen vehículo de ningún tipo, sostienen su mercancía en
una tabla sobre la cabeza y se echan al hombro una tijera de madera para
sostener la tabla, estos normalmente venden gelatinas, frutas en conserva,
jamoncillos, obleas, cocadas, la versión mexicana del turrón español, al que le
ponen cacahuates por almendras, h) Los que llevan sus productos en una canasta
o en una charola pero no tienen base en donde descansarla, venden semillas de
calabaza tostadas, habas, y los “huesitos” de capulín que han ido cayendo en el
olvido, aguacates, duraznos y ciruelas
del monte, plátanos dominicos, morados o manzanos, hierbas medicinales como
manzanilla, romero, laurel, i) Los que exhiben sus productos en artefactos
hechos de alambre y por lo general venden en las bocacalles y los semáforos
palanquetas, alegrías, tostadas dulces, plátanos fritos, j) Los vendedores de
tortas, quesadillas, tacos, yogures, gelatinas, fruta picada, etc. que
transportan sus mercancías en carritos de compra y gozan de permiso para entrar
en instituciones públicas a surtir de almuerzos a oficinistas, profesores,
estudiantes, vigilantes, subdirectores y a los mismos directores.
PARTE
IV
Al llegar a
la letra j, el arcángel Miguel había expresado
de corrido diez clasificaciones de vendedores ambulantes; Dios lo veía de reojo
como midiendo su aguante. El Ángel hizo una pausa para tomar aire. Cuando se
recuperó, dijo: -Señor, como te habrás dado cuenta, solo me he enfocado a
quienes venden alimentos pero existe una gran cantidad de sujetos cuyas ventas
callejeras se centran en otro tipo de cosas. Aun con todo mi poder es muy
complicado detectarlos pues, potencialmente, todos los humanos venden algo
continuamente y muchos de ellos, en secreto.
-La
historia de la humanidad es la historia del comercio, Miguel. Está en la
naturaleza misma del hombre vender algo, cueste lo que cueste.
-Sí, mi
Señor. Los humanos hoy en día se aprovisionan de artículos muy curiosos, hay un
mercado muy abastecido con una gama de productos inservibles; los cuales ya son
basura pura desde antes de ser adquiridos y, según mis pesquisas, he indagado
que los traen de la China. Estos artículos sirven para todo y para nada pues si
no se vendieran, nadie se daría cuenta de su ausencia. Lo más asombroso es que tales
productos también se venden en tiendas y esto los pone fuera de la economía
informal. La gente acude a estos sitios y compra lo que le vendan ahí: bibelots
que representan cualquier personaje, útiles escolares, adornos para la cabeza, cosméticos,
juguetes, relojes, pulseras, bolsos, sombrillas, calcetas, en fin, una gran
cantidad de tonterías de bajísima calidad.
-Y como te
dije, Altísimo, están aquellos quienes venden productos en secreto: tabaco,
marihuana, droga, sexo, y abundan otros que venden lo que no es suyo: una casa,
un edificio, un órgano vivo, una persona.
-No
olvides, Miguel, que los humanos venden, han vendido y seguirán vendiendo su
alma al Diablo. Y se las ha ingeniado para encontrar la forma de cómo hacerlo; no
necesariamente deben parlamentar con él.
-Esos son
los peores: los traficantes.
-Lo que debe
quedar claro, dijo Dios, es que solo ayudaremos a los desprotegidos, a esa bola
de sinvergüenzas que serían capaces de vender a su propia madre, ni hablar.
-Señor, de
los vendedores que andan por ahí y no hacen daño a otros, existen aquellos que
pueden hacerse daño a sí mismos o a los suyos. Verás, la otra tarde desplegué
mis alas y volé aparejado con el teleférico. En la punta del cerro me senté; el
sol moría lentamente igual que el cielo pierde su azul cuando lo cruza una
bandada de gorriones. Una mujer, con una canasta de duraznos verdes al brazo, caminaba
acompañada de un pequeño y de otra persona mayor, quizá su madre. Vendían
duraznos verdes; de esos que no son muy apreciados en el mercado porque son
agrios. Los tres se sentaron a descansar en el quicio de una casa; al entrar la
dueña, el pequeño, de tres años más o menos, le dijo: -Dame un taco. La mujer
se metió a la casa y tardó en salir; cuando regresó, dijo: -Les preparé un
bastimento digno de cualquier miembro de mi familia; al mismo tiempo que le entregaba
un paquete blanco a la madre.
-Me sentí a
gusto porque se calmaría el hambre del niño pero la madre guardó en la canasta
el paquete intacto. El niño puso cara de resignación y la abuela, cara de
asentimiento. Cuando la dueña volvió a salir y a las claras se dio cuenta de
que no habían tocado el alimento, preguntó: -¿No comieron? ¿Por qué? La vendedora
señaló la canasta, levantó una esquina de la servilleta con la que la había
cubierto, y dijo: - No, lo guardé para mi marido.
-El sometimiento
femenino es una cualidad difícil de desterrar, contestó Dios. Continúa con la
clasificación, si es que tienes más información, Miguel.
-Cuando
creo haber visto a todos, Señor, encuentro alguno que no cabe en la lista
anterior la cual, como has visto, se basa en la forma en la que se desplazan
los vendedores ambulantes por lo que se me ha ocurrido ordenarlos desde otro enfoque:
la forma en que se anuncian.
Hay quienes
se valen de sonido eléctrico amplificado por bocinas y otros, del chirriar estruendoso
del vapor. Existe una clase que no ha desaparecido del todo: los que anuncian sus productos a grito pelado (pregoneros)
cuyas voces se han ido transformando en otras voces; el señor que gritaba:
“flaneeeé de crema” o “haaaay huesitos” (se refería a huesitos de capulín
tostados) ya no están más ni sus productos tampoco. Sus pregones en las calles
de esta ciudad del sitio cómodo tienen un canto personal e inconfundible aunque
vendan las mismas cosas, por decir tamales, pan, buñuelos, gelatinas.
Hay otros
que parecen venir de un mundo fantástico y vuelven locos a los niños igual que
el Flautista de Hamelin: heladeros que usan el tañer de campanillas o la
acústica de un triángulo metálico, instrumento usado por los barquilleros y los
vendedores de obleas tostadas; quienes además apuestan con los niños el precio
de la compra.
PARTE V
El Santo patrono de la ciudad del fértil
suelo, como ya sabemos, rendía parte de sus pesquisas a Dios, por la noche. Su
encargo era descubrir cuántas clases de vendedores ambulantes podían ser
identificados pero el asunto, por más que se esmeraba, no se clarificaba y el
tiempo volaba literalmente. Entre más vuelos de reconocimiento hacía sobre la
ciudad, menos probable veía que las categorías quedaran ordenadas bajo
criterios convincentes.
Ya había probado agrupar a estos
personajes, sin lograr abarcar a todos, según la forma en la que transportaban
sus mercancías. El segundo intento lo hizo tomando en consideración el medio
que usan los ambulantes para anunciarse. En lo expuesto hasta el momento en que
retomamos esta historia, había agrupado sólo a algunos según los sonidos que
emiten para anunciarse; fue cuando le habló a Dios de los pregoneros y de los que
usan campanillas o triángulos metálicos. Le faltaba incluir en este grupo a los
ruidosos merolicos que recorren las ciudades en viejos autos con bocinas atadas
a su techo y que ensordecen a las vecindades.
Con esta nueva clasificación, San Miguel
se proponía identificar cuál es la estrategia de venta que la gente usa. Aunque
no sepan nada de mercadotecnia moderna, los vendedores intuitivamente
desarrollan un marketing propio, algo que dé resultado, aunque a veces no sea
así.
-Señor,
dijo el Ángel, hay un cierto sector del ambulantaje cuya estrategia de venta es
la lástima. Es decir, venden lástima. Estos los podría dividir en dos: unos muy
crueles y otros muy tontos.
- Explícate, Miguel.
-Algunos sinvergüenzas drogan a niños (incluso a sus
propios hijos) y los exhiben para que la gente se apiade de ellos y les ofrezca
una moneda. Aparentemente no dan nada a cambio, es decir, no venden un artículo
tangible. Venden lástima. El transeúnte se siente un poco aliviado después de
darle alguna moneda a la mujer u hombre de cara contrita creyendo que ha
contribuido a mejorar la salud del pequeño o pequeña desmayado en los brazos
del impostor, cuando en realidad es todo
lo contrario: ha contribuido a que lo sigan explotando puesto que su aportación hace al negocio
redituable. Se necesita mucha crueldad para inhibir la vida del otro para
obtener un beneficio monetario.
-Ahora te describiré, Señor, a los tontos cuyo
argumento para que se les compre es la lástima: multitud de veces he escuchado,
lamentablemente a vendedores que vienen de las sierras circundantes y cuyos
productos son totalmente de montaña: sámago (dizque de encino), tierra;
parásitas que tratan de simular que son orquídeas (algunas puede que lo sean);
plantas medicinales o de olor: manzanilla, tila, laurel, tocar en las casas por
la noche; causando, no sin razón, sobresalto en las familias que ya están
recogidas dando de cenar a sus hijos y, con voz entre lastimera e imperativa,
gritar: “cómprame algo, no he vendido nada en todo el día”.
-Es
la ignorancia, Miguel. Las pobres gentes que tratan de colocar sus productos usando
tal argumento, no saben que lograrían mejores ventas si hablaran de las
virtudes de los mismos, de su valor intrínseco.
-Para
ello se requiere que tampoco traten de hacer pasar gato por liebre.
A
las claras se veía, oyendo esta plática, que los ambulantes requieren de
educación, de cursos de capacitación, de líderes que se interesen por ellos y
los defiendan. No más economía ilegal. En todos sitios del Planeta hay gente que
vende en las calles.
Ya
en el punto de dar una respuesta de cómo ayudar a este gremio, Dios dijo:
-Yo, lo que noto, es que la colectividad de
los vendedores ambulantes carece de un santo patrono que los proteja. Los santos
patronos le dan fuerza a cualquier gremio. Los ambulantes dispersan mucho las
fuerzas divinas poniéndose bajo el cobijo de diferentes santos (o de ninguno).
-Señor,
dijo el Arcángel, ¿a quién les puedo recomendar?
-Eso está harto difícil de contestar. En cuestión de
gustos se rompen géneros y cada quien se siente en confianza o no con un santo
determinado. También podría ser alguna de las advocaciones de la Virgen María.
En España, algunas vírgenes hasta llegan a ser “gobernadoras” o “alcaldesas” de
las ciudades. Es mucho el poder que esto significa. Déjalos que escojan. Tú,
sólo dales la idea. La unión hace la fuerza y en términos divinos, se aplica el
mismo principio.
San Miguel Arcángel regresó a su
pedestal. Las festividades en su honor estaban próximas y seguramente el atrio
de su catedral se llenaría de vendedores. Los tendría bastante cercanos como
para influir en ellos y darles la respuesta del Señor.