domingo, 22 de febrero de 2009

Tlachichilco, de Lilia Ramírez

Aire fresco, sonrisas que las flores revientan al sol, casas con perros y tendederos escurriendo el aguacero de la noche anterior: ropa infantil, pantalones de mezclilla vueltos de revés lavados a mano en una laja de piedra. Sabe Dios cómo le hacen para exprimirlos.
El gallo y sus gallinas se trepan a los asoleaderos en donde ventilan sus heces. Los helechos viven felices alimentados por litros de humedad, que abunda por estos rumbos; casuchas desvencijadas de madera; tejas habitadas por líquenes; aceitosas cochinillas; hambrientas lombrices; macetas oxidadas; cubetas de basura; cercas con espinas, guayabos, naranjos, cafetos, las teles encendidas, el olor de la manteca, el chile asado y la tlanepa.
Pozos vivos acompañados de sus inseparables cuerdas: remembranzas de ahorcados y de niños ahogados.
El cerro se encuentra a tiro de piedra: la cantera hace eco de los gritos de los tordos y de los ahora silenciosos cañones, recuerdos de nuestras luchas pasadas.
Las luchas actuales, prescinden de cañones.

1 comentario:

Leonor Mauvecin dijo...

Qué doloroso y real amiga Leonor