jueves, 19 de febrero de 2009

¿Duele más el cuero o la camisa?


Como maestra en ciencias en ingeniería industrial, y gracias a mi gusto por viajar, he aprendido (más que en los libros de texto), cómo las personas de otros países valoran la integridad de sus cuerpos de una manera poco frecuente en nuestro medio. Estoy entrenada para reconocer, aun sin proponérmelo, las medidas de seguridad (si acaso las hay) que se observan en cualquier ámbito: las vías públicas, los cines, el hogar, una escuela, etc. Industrial es un término que va más allá de las factorías, pues según mi enfoque, designa cualquier actividad humana “industriosa”, término que según la RAE, significa “Que se dedica con ahínco al trabajo”.

Recuerdo que de niña, para llegar a casa de mis padres en temporadas de lluvia, antes de atravesar la última calle, se formaba un arroyo alimentado por el desahogo de la precipitación pluvial tan abundante en la Sierra Madre Oriental en donde reina, como el mayor colector de agua, el majestuoso Pico de Orizaba. Los vecinos improvisaban un puente con tablas de madera sujetadas con las enormes piedras que la misma corriente arrastraba. Si este puente temporal era rebasado, muy seguro que los zapatos quedarían empapados e inservibles, así que muchas personas en la misma situación que mi familia, preferían quitárselos y con ellos bajo el brazo, cruzar descalzos el arroyo. Gracias al calzado de plástico la probabilidad de encontrar esta escena ha disminuido, sin embargo, no es imposible encontrar gente que prefiere desnudar sus pies y exponerlos a una infección, una cortada, una luxación, o a un resfrío, a fin de resguardar su calzado.

Por otro lado, es muy común observar la falta de precaución al montar motocicletas tan de moda hoy en día en nuestra región. Como cirqueros en un número mortal, viajan padre, madre y cuando menos uno o dos pequeños guardando equilibrio y ninguno de ellos protegido con casco. Un caso más es cuando al hacer reparaciones a vehículos en las calles o carreteras, las personas no tienen (o no se los ponen) chalecos que aumenten su visibilidad y protejan su integridad física. Otro caso es los hombres que rompen pavimentos o muros a cincelazos, o con perforadoras neumáticas. A pesar de la densa nube de polvo pegajoso que va dar a sus pulmones, no usan mascarilla y mucho menos gafas protectoras. Ni qué decir de los cinturones de seguridad de los vehículos particulares incluyendo taxis. Aunque veamos que todos llevan puesto el suyo, existe siempre la probabilidad, por pequeña que sea, que es falso y que se usa para evitar la multa correspondiente.

Por cierto que más allá del contexto de la seguridad estrictamente hablando, pero muy cercanos al tema de calidad de vida, existen escenarios en los que una amplia tolerancia por parte de los ciudadanos, aunada a la negligencia de los gobernantes, permite situaciones indeseables como la que sucede en el Teatro Llave de Orizaba: alrededor de las 9 de la noche, cuando el espectáculo alcanza su punto culminante, una oleada de olor a taco árabe acaba con la inspiración del más exaltado espíritu, y parece que la teoría del condicionamiento de Pavlov, se aposenta en la audiencia. Una asociación de ideas me conduce directamente a los asaderos de pollos. Según puede verse en las calles un domingo cualquiera, las chimeneas de estos establecimientos, o no existen, o carecen de la altura suficiente para evitar que el área se contamine con pequeñísimas partículas de grasa que van depositándose imperceptiblemente hasta formar capas de cochambre en todas las superficies cercanas. Y ya aterrizados en la cuestión de los olores, al acercarse a la calle Oriente 5, el lector encontrará el afamado expendio de café en donde no hay orizabeño emigrado, que no se abastezca de kilogramos y kilogramos de este producto cuando viene a visitar a sus familiares. Pues a eso de las 11 de la mañana encienden el tostador, cuya chimenea desahoga una carga de gases (CO2, CO, NO2, N2O) y otras linduras toxificantes que son arrojadas literalmente a la cara de transeúntes, vecinos y comerciantes. Sin embargo, nadie dice nada, no se queja, y en todo caso, no hay claridad de cómo hacerlo. Sobre todo, creo que popularmente predomina la idea de sometimiento a un ícono comercial. ¿Quién podría quejarse de una acción (a todas luces contaminante) cometida por el proveedor de café T&M (Tostado y Molido) más popular de la ciudad?

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