Las ciudades nos hablan desde sus
texturas, sus olores, sus colores, sus sabores y sus sonidos. Algunas de estas
percepciones agradan a nuestros sentidos, otras no. Una callejuela empedrada;
un héroe (a veces desconocido) quien nos mira desde su pedestal a través de los
arcos de agua que el viento tensa sobre las fuentes públicas; el carrillón de
un reloj, el campanario de una iglesia; los chirriantes cazos de pescado o
chicharrón; una olla de tamales bajo un paraguas; carretas colmadas de fresas,
de nanches, de naranjas; un sembradío de cebollas; el agua estancada en los
charcos; la melodía de un acordeón; la abigarrada fachada de una catedral
gótica o de la ladera de un cerro; la lisura de una pista para patinar; el
contendiente graffiti; las asfixiantes
refinerías; la floritura de los enrejados; la sombra con la que se
adueña el sol de las calles; juegos de niños y voces; el matutino caer de las
cartas y los dados sobre una banca de jardín; arabescos infinitos. Las ciudades
entran por los sentidos y permanecen ahí con más veracidad que en las
fotografías que tomamos.
Huele a mosto la Sur 10. El gratificante
olor de los cocimientos alimenta la ilusión de los practicantes de ciencias
químicas de llegar a controlar el proceso de la centenaria cervecería una vez
logrado el título de ingeniero. Inexplicablemente, tan gratificante sensación
se ha volatilizado al fuego y juego de diversos mercados. Por otro lado, algunos
olores desagradables no se pueden evitar, pero otros podrían combatirse con
voluntad y tecnología, por ejemplo aquellos que al generar cambios químicos despiden
gases tóxicos, contaminantes y malolientes. Algunos de tales procesos, que se
llevan a cabo tanto en plena calle, como en expendios comerciales que carecen
de las instalaciones convenientes, son: el tostado de café y el asado de
carnes. Las máquinas tostadoras de café (en realidad secadores u hornos
giratorios), que son colocados en los propios expendios, quizá tengan el
atractivo mercadotécnico de demostrar al público la no adulteración de la mezcla
de granos, pero, sin la altura suficiente de su chimenea para evitar que los
gases de la combustión invadan la calle, esta medida resulta contraproducente
en cuanto a la captura de clientes, ya que me ha tocado ver a éstos entrar al
establecimiento a hacer sus pedidos como quien atraviesa manoteando una cortina
de gases lacrimógenos. Claro está que la chimenea, por muy alta que sea, por sí
sola no eliminará el problema, solamente lo alejará del área. Lo recomendable
es colocar además filtros que limpien estos gases.
En cuanto a los asaderos de pollos. Según
puede verse, las chimeneas de las parrillas callejeras y aún las de los
establecimientos formales, carecen también de la altura suficiente para evitar
que el área se contamine con pequeñísimas partículas de grasa que van
depositándose imperceptiblemente hasta formar capas de cochambre en todas las
superficies cercanas. Quizá la generalidad de las personas estemos
condicionados a creer esto: si aso un pollo, debo aceptar sin réplica el humo
grasiento que despide.
Apostados en cualquier butaca de
luneta en el Teatro Ignacio de la Llave, embelesados con un concierto de piano,
de violín, de la Orquesta Clásica de Orizaba, o ensimismados con la
presentación de un libro, el dictado de una conferencia, o quizá durante el homenaje
a algún prócer coterráneo, nuestra vista y oído estarán inmersos en tan nobles
actividades cuando una oleada de carne asada a la hierbabuena inundará la
estancia. Nuestras glándulas salivales harán un trabajo extraordinario, sin
embargo, ni la vista ni el oído (posados en el escenario) corresponderán con el
delicioso olor que nos embarga. Las teorías científicas tienen su campo de
aplicación en la vida cotidiana, de ella nacen y a ella regresan, no hay mejor
manera de entender la ciencia. Y aquí encaja perfectamente la Ley del Reflejo Condicionado
enunciada por Iván Pavlov (1849-1936). A
partir de ella, el famoso fisiólogo ruso explica que dado un determinado estímulo
que produzca de manera natural una cierta respuesta, tal estímulo puede ser
transferido, por ciertas manipulaciones, a otro estímulo que se llamará
condicionado, para producir la misma respuesta que se llamará condicionada. Son
famosos sus experimentos con un perro que saliva ante su comida
(estímulo-respuesta natural). La Ley se comprueba si alguien toca una campana
antes de presentar la comida al perro, después de algunas veces, el perro
salivará simplemente al tintineo. Si
usted es asiduo a las actividades culturales y de ocio que se ofertan en el
Teatro Llave, pronto no será necesario mirar el trompo de carne para que ésta se
le antoje, bastará con escuchar los acordes de un violín, de un piano o leer el
libro autografiado en el lobby del histórico teatro, para que sienta la
necesidad imperante de comerse un taco árabe.
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