Parece que
estamos en Londres, - nunca habíamos estado en realidad-. Solo era de oídas o
de lecturas (no de series de televisión pues entonces no llegaba aquí la señal)
que sabíamos a Londres llena de neblina, igual que nuestra querida Orizaba. De
muchachos nos sorprendía la densidad de
la condensación, no se lograba ver al otro lado de la calle. Por eso es que el
día de ayer, soleado como pocos hemos tenido este verano que ya está por
despedirse, ha sido un deleite visual de esos que reconfortan el alma la
profusión de banderas sobre los techos, en los taxis, recortadas contra un
límpido, claro y magnífico azul.
Lorenzo es un
tipo en cuya casa suiza estuvimos hospedadas tres personas en una ciudad del Mittelland suizo, Aarau “la ciudad de los
frontones bellos”, llamada así por los “Dachhimmel” o decoraciones pintadas en
la parte inferior de sus tejados, por ella corre el río AAre. Lorenzo Sager nuestro
anfitrión, que entonces era joven, nos mostró
un hermoso alhajero construido por él, que me dejó sorprendida por la tan
delicada forma de hacer los cojines de seda donde pondría sus plumas fuente,
sus anillos, sus mancuernas. La delicadeza de los pliegues, la perfección sin
arrugas, el pegamento idóneo. Alabé su trabajo, Es para dar calor al corazón, ¿Qué
quieres decir?, Ustedes no comprenden porque viven en países soleados, pero
cuando uno solamente tiene la oportunidad de ver al astro rey cuatro meses por
año, y de todos modos pasa en forma oblicua (nunca sobre las cabezas de las
gentes), el corazón se siente desolado y es necesario calentarlo, de otra
manera moriríamos de tristeza. La respuesta me sorprendió entonces aun más que
su destreza en hacer alhajeros. Años después, en el pequeño pueblo minero de
Silver Bay, Minnesota, a orillas del Lago Superior, visitábamos otra
residencia, la de los Longmore, Larry y Lynn. Larry trabajaba como
bibliotecario en la escuela William M. Kelley High School, donde mi hija estudió
el último año de preparatoria. La casa era una cabaña toda de madera con muy
bellos espacios interiores. Llamaba la atención el colorido, sin llegar a ser
chocante: colecciones de ángeles dispuestos en repisas, flores de tela,
pisapapeles, guirnaldas, muñecos, pinturas, tapetes, cestos, vasijas, en
resumen, una feria cromática. Por las ventanas un verde imparable cubría
montañas y campos. Larry, qué hermosa casa tienes, cuánto color cuánto detalle
en decorarla, Es para no deprimirse, para mantener alto el espíritu a pesar de
la larga temporada invernal. Me llevó junto a la ventana, ¿Ves todo aquello? pues
imagínalo blanco, todo blanco durante casi ocho meses al año. Te invade la
angustia, no es lo mismo mirarlo verde como ahora, que la nívea monotonía de la
nieve. Por eso estamos muy contentos de que tu hija nos haya enseñado a hacer
piñatas mexicanas. Las haremos para decorar la escuela y eso nos llenará de
alegría y de optimismo. Romperemos la blancura con que se impregna nuestra retina al entrar a los pasillos de la
high school. Y de veras que, cuando sobrevolamos Toronto, de regreso de otro
viaje, esta vez al Asia, no pude menos, al asomarme por la ventanilla del Jumbo
en el que habíamos sobrevolado el Pacífico desde Shanghai, sentir pena por la
gente que se miraba allá abajo, paleando nieve para salir de su casa.
Pero ayer, oh
maravilloso Palacio Municipal con tu enorme bandera ondeando en el centro, tus
pendones en la fachada, las banderas sobre el puente nuevo. Disfruté la ciudad,
regocijada. Tal vez se deba a mi tiempo libre, tal vez a mi edad, quizá sea
gracias a los hermosos jardines que esta administración municipal ha rescatado
por toda la ciudad. Rinconcitos por los que uno pasaba y anhelaba ansioso que
alguien se fijara en ellos: sitios enyerbados con el pasto raído, llenos de
basura, nadie se atrevía a sentarse a tomar el sol ahí. Ahora, los niños y
jóvenes los llenan como pequeñas abejas a libar la miel de su prestancia y buen
gusto. Los jardines se han convertido en colmenas de alegría. Caminar por las
avenidas de nuestra ciudad, sensación de progreso y civismo.
Septiembre embanderado
y un bendito sol que proyecta nuestras sombras desde lo alto, brindan a quienes
salimos a andar la ciudad por placer, por trabajo o por negocios, de una
maravillosa vista que satura el espíritu no solo de matices, sino de
patriotismo, de alegría, de esperanza. Es una plegaria tricolor que desplegamos
todos los ciudadanos con nuestras oraciones de mariachi, de guitarra, de
corrido, de bolero, de danzón, de marimba. Un grito a las divinidades de los
cielos mexicanos con nuestras enseñas como exvotos para que el panteón de los
dioses patrios nos redima de esta inestabilidad que vivimos, de esta
inseguridad que nos lastima, que nos limita, nos mutila, nos enajena, nos enloquece,
y nos deprime como si el Dios Sol nos hubiera abandonado. Pidamos al cielo,
quien quiera que sea el dios de cada quien, que el derramamiento de sangre
disminuya, que ya hayamos alcanzado el nivel más alto de la curva de muertos,
que ésta comience a descender precisamente este septiembre de los centenarios,
con nuestras banderas al sol. liliaramirezdeoriza@hotmail.com