domingo, 4 de diciembre de 2011

SIN FECHA DE CADUCIDAD


¿Quien no ha comprado yogures? Es el producto que más comúnmente la gente piensa en él como con una vida de anaquel determinada. Programas de televisión y películas hacen mofa sobre cuando estos productos están por fenecer y tenemos un sobrado stock en el refrigerador, No sabemos qué hacer: Comerlos, regalarlos o tirarlos al otro día que caducan. Sin embargo, no es tan radical el asunto: dos o tres días más no hará que estos delicados lácteos nos sepan mal y mucho menos nos hagan daño si los ingerimos tal cual. Es un mero requerimiento de la Secretaría de Comercio el que los alimentos tengan una fecha impresa en la etiqueta que ponga hasta cuando estarán en sus condiciones óptimas para ingerirse. De hecho, el término de fecha de caducidad ha sido cambiado por el más suave: “mejor si se consume antes de” y en seguida la fecha. Otros productos han sido requeridos para que den esta importante información al consumidor, que antes ni soñado era que uno se enterara. Es más, me tocó ser testigo que algunos comerciantes raspaban tal información de productos lácteos (cuya caducidad es corta) tales como crema o mantequilla, para seguirlos vendiendo después de la fecha, como si nada pasara. Y la gente, ¡no se daba cuenta! Es decir, no había la suficiente cultura como para no comprar tales productos, y mucho menos para reclamar al comerciante por su engaño. A la fecha, productos tales como el pan Bimbo, quienes antes manejaban un código de colores en las tiritas de plástico con las que cierran las bolsas, que solamente podían descifrarla los vendedores, están obligados a poner esta fecha impresa, de manera que uno al comprar, sepa con certeza hasta cuando el pan mantendrá  su frescura. Los medicamentos son otra línea que es indispensable revisar con cuidado, sobre todo los antibióticos. Todo esto nos conduce a pensar que todo tiene un estado final que si se rebasa, ya no es tan bueno como al principio. Las frutas y verduras que compramos a granel es un gran ejemplo de que comprar barato y mucho puede salirnos tan caro como comprar poco a un precio más alto, pues los vegetales pueden arruinarse en el platón del centro de mesa o en el refrigerador, e ir a dar al bote de basura.
Y el que todo tenga un final, nuestra vida no se escapa a esa regla. La primera infancia, la niñez, la vida laboral, la vida sexual,  la autonomía, todas las etapas y en todos los ámbitos existe un principio y un final. Algunas telenovelas usan esta frase para reclamar por ejemplo a un amante o a un amigo que si su amorío o amistad tienen “una fecha de caducidad”. A veces sí, aunque al principio, esta sea desconocida. Los matrimonios se disuelven, las amistades se diluyen, la juventud se esfuma, las enfermedades se curan. Cuántos cantantes, actrices, actores, hemos visto surgir, ser famosísimos para después caer en el olvido, o cuando menos, ser sustituidos por otros personajes que alcanzan  tanto fama como ellos. Para donde volteemos la mirada, siempre encontraremos situaciones que tienen una fecha de caducidad grabada desde el momento mismo en que dan inicio. Para ello está la estadística, que nos abastece información sobre la vida media de casi cualquier cosa que queramos saber. Entonces, si todo es finito, cuáles son las cosas que podemos calificar de no serlo, es decir, de ser infinitas por su naturaleza misma. La respuesta es que no hay nada que dure para siempre, y hasta la belleza cambia, según la canción. Sin embargo, creo que sí hay algo que dura para siempre: el amor. El amor vive en nosotros, nos da vida, nos nutre, y es una fuerza que podemos transmitir a los que nos rodean para hacerles fuertes también, para transmitirles nuestra identidad a través de la cultura, de nuestras canciones infantiles, de nuestras recetas para cocinar, de nuestras costumbres (las buenas, desde luego, las que no dañan a nadie). Es con amor como enseñamos a nuestros hijos, a nuestros nietos, a nuestros descendientes en general, pero también a otros niños, a otras personas, cercanas o lejanas, lo que somos, lo que hemos sido, lo que nuestros ancestros nos dieron. Y es esa cadena que va llenando el vacío de la modernidad, de la tecnología (con la cual no estoy distanciada, ni mucho menos), la que no tiene fecha de caducidad. Conservar las raíces de quienes somos, no importando en qué país del mundo vivamos, nos hace vibrar, nos hace amarnos a nosotros mismos y reconocer esa persona a la que mucha gente ayudó a realizarse. Esta mañana de domingo, en la costa de la luz, en la cocina de una casa con estufa eléctrica y olor a cerdo ibérico, escuché emocionada mi propio palmoteo al preparar memelitas con una harina de maíz importado de Colombia. He sentido gran añoranza por las mujeres de mi tierra, de esa tierra que como he puesto en uno de mis blogs, es la puerta al Mundo Náhuatl. Maquinalmente he realizado algunas acciones como he visto hacer docenas de veces a estas paisanas mías: cómo darle la vuelta a la memela, cómo revisar su cocción, pellizcarla, llenarla de manteca. Y aquí, donde el palmoteo se usa para bailar sevillanas, he sentido latir mi corazón con una fuerza inusitada: “El mexicano palmoteo en la azul tortilla hecha a mano.” liliaramirezdeoriza@hotmail.com   

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