Mostrando entradas con la etiqueta País de las aguas alegres. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta País de las aguas alegres. Mostrar todas las entradas

jueves, 13 de agosto de 2015

DE ESA CIUDAD VENGO



  
No vengo del mar. De niña
Nunca jugué por las playas
Carezco del rumor del agua
Entre sirenas deshojadas
Toboganes de sal y nácar.

No vengo de la serranía
Allá, el ojo del jacal
Y las manos de las milpas
Cuentan niñeces ajenas 
                 Y no me reconozco en ellas.

Vengo de una zona urbana.
Sus fábricas rasgan el alma
Hambrienta. Rugido obrero
Condenado, no rubricado.
En ella se arroja Centro
América, turba que atrapa
La inasible luz del túnel.

Su ira la apacigua el sereno,
Su tañir de campanas. Mientras
Dulces niñas, mías, perfuman
Santa María, San José,
La Concordia, Los Dolores.
Sus jardines albergan ciegas
Gallinitas y obsidianas
Vítreo corazón Citlaltépetl
Azul repertorio gloxíneas, 
 Estrellas pulverizadas,

                     Neblina. De esa ciudad vengo.

miércoles, 24 de abril de 2013



DÍAS NUBOSOS

Los días nubosos clavan espinas en los minutos de lo viejo: flechas rotas que alcanzan su destino con bordes y daños desastrosos.
En días así, las aves usan sus cantos para fabricar hermosos mantos coloridos. Tejen en silencio. Saben que de nada serviría su música contra el tenor del aguacero; en días así las nubes se acercan a la tierra y la tocan para refrescarla. Los días nubosos se derraman como novias asustadas (por ello los amargados se quejan de estos días).
Los días nubosos fertilizan los cuerpos, lamen las banquetas y se incrustan en los lomos de libros no anunciados.
Ir a la cama es un remedio inevitable para curar el alma de una nube aterrizada en el jardín o en la cochera de los embustes cotidianos. Ir a la cama a esperar que un día así se prolongue tanto, que nos deje hambrientos.
Ir a la cama con ese alguien que todos deseamos, cobijados con lucidez interna, la que nadie conoce. Esa confidencia que solo a nosotros mismos nos confiamos.
Los días nubosos son cómplices indispensables de los amantes. Son el pan donde se unta la alegría del amor. Todo lo saben y nada revelan, todo lo consiguen y nada queda sin hacer.
En los días nubosos, hay que ir a la cama con las ventanas abiertas. Dejar que la humedad penetre las duras arterias del olvido.

© Lilia Cenobia Ramírez






                      ULISES Y EL AZUL

Ulises ya sabía que azul es el canto de las sirenas
y las flores que crecen en el brocal de la soberbia.
Sabía Ulises que los montes lejanos son azules
y el océano y la tristeza y el desamor.
Que veinte años de estrellas son azules cuando se alejan
y la distancia entre las fronteras es también azul.
Yo solo sé que azul es la brisa gélida,
                                   el portarretratos junto a mi cama
y lo amargo de las almendras.
                                  Sé también que de azul me pinto las manos
para llamar a los perdidos
y que entretengo a la muerte con un tejido azul.

©Lilia Cenobia Ramírez

domingo, 22 de febrero de 2009

Tlachichilco, de Lilia Ramírez

Aire fresco, sonrisas que las flores revientan al sol, casas con perros y tendederos escurriendo el aguacero de la noche anterior: ropa infantil, pantalones de mezclilla vueltos de revés lavados a mano en una laja de piedra. Sabe Dios cómo le hacen para exprimirlos.
El gallo y sus gallinas se trepan a los asoleaderos en donde ventilan sus heces. Los helechos viven felices alimentados por litros de humedad, que abunda por estos rumbos; casuchas desvencijadas de madera; tejas habitadas por líquenes; aceitosas cochinillas; hambrientas lombrices; macetas oxidadas; cubetas de basura; cercas con espinas, guayabos, naranjos, cafetos, las teles encendidas, el olor de la manteca, el chile asado y la tlanepa.
Pozos vivos acompañados de sus inseparables cuerdas: remembranzas de ahorcados y de niños ahogados.
El cerro se encuentra a tiro de piedra: la cantera hace eco de los gritos de los tordos y de los ahora silenciosos cañones, recuerdos de nuestras luchas pasadas.
Las luchas actuales, prescinden de cañones.

El País de las aguas alegres, de Lilia Ramírez



En los húmedos días del verano, olfateo seres diminutos, audaces, melancólicos, que reclaman todos los espacios imaginables de este país de las aguas alegres.
Se encuentran sobre el muro del patio, el pan o la hojarasca; se meten en los bolsillos de las ropas, en los zapatos, los libros y hasta en el propio cuerpo. Crecen y se multiplican vertiginosamente, los más pequeños se descubren a sí mismos al portar los colores tornasolados escondidos en la luz blanca.
Otros, los gigantes, sorprenden a las mismas ranas y sapos, pues crecen tan rápido, que después de un día saturado de lluvia, aparecen la siguiente madrugada en los patios, agarrados tenazmente a un trozo de madera la cual devoran de inmediato; trepados en las paredes oscurecidas por el agua con la que se han impregnado; compitiendo con los transeúntes por un pedazo de banqueta; intrusos visitantes de una maceta o de un árbol muerto, del que sólo queda el esqueleto.
Los maravillosos hongos son capaces de sobrevivir en cualquier objeto orgánico o mineral: la humedad es suficiente para alimentarlos, es ella quien los hace crecer, los fortalece, los transporta, los consiente, son sus hijos predilectos.
Los hongos son la casa de los gnomos, y convierten el anfibio mundo que contemplo desde la ventana de mi cuarto, en un cuento de hadas.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Orizaba, puerta al mundo náhuatl




































A solo 20 min de Orizaba penetramos en el mundo náhuatl, poderosa presencia que se advierte en las calles de la ciudad proveniente del norte o del sur, de las zonas serranas. Orizaba es eso: un andar de hombres que hasta hace poco, usaban camisolas y calzoncillos de manta atados a los tobillos, huaraches y sombreros de palma. Las mujeres usan vestimentas diferentes, pero abunda la tilma anudada a la cintura con telas de brillantes colores, blusas blancas caladas y adornadas con flores hechas de listón, collares multicolores, trenzas entretejidas con grandes moños. En la lisura de las baldosas con que estaban hechas las banquetas, desafortunadamente cedieron su lugar al concreto, se reflejaba la dulzura de la lengua náhuatl.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Montañas y Cerritos







Montañas

Sus bocas de madera
gimen al ritmo de las hachas.
Los grillos de sus grietas
visten de luto las montañas.

Su aliento desnuda mi inocencia
tejida en su montuna falda.
En sus cañadas los ríos
energizan el valle de Orizaba.

Sus sombras proyectan tardes
otoñales. Ciclo vital que finaliza.
Lanzan los picachos
al tañido de campanas
sus enormes alas.


Cerritos

I


Los pregones populares cortan la neblina que escupen sobre las calles orizabeñas los cerros de Tlachichilco y Escamela animando a sus habitantes con golosinas populares, de manufactura casera, que serán engullidas por voces quedas, queditas, tanto, como el golpeteo de billetes arrugados sobre el piso.

Coronado con un rodete de manta que amortigua su carga, el flanero, cual semáforo ambulante, detiene a los transeúntes con el rojo celofán de su tabla. El turronero parte diestramente con una pequeña hacha, un esponjoso y brillante bloque de turrón de almendra. Suena su triángulo de metal el vendedor de obleas, cuya tapa del bote donde las transporta, es una rústica ruleta donde el comprador se juega el número de barquillos despachados. El viejo de las semillas de calabaza y huesitos de capulín tostados, que con su grito llamó eficazmente a la parca: Haaaay huesitos… Después de que enciende la pequeña vela cubierta con una pantalla de papel, un hombre ahuyenta los insectos atraídos por la miel de sus muéganos. Chirría el vapor que emana del horno del platanero, encendido con el rojo vivo de los atardeceres montanos, telones de fondo a los 360 grados de nuestra colonial ciudad.

En enormes ollas que humean al calor del carbón serrano de Zongolica, transcurren las tardes en Pluviosilla: chileatole verde aderezado con chito de matanza (carne seca de chivo) del altiplano de Tehuacán; chileatole rojo sazonado con camarón secado al exuberante sol del Istmo de Tehuantepec. Regordetas palomas sobrevolando comales palmean esperanzas, tlacoyos y picaditas adornadas con níveo queso de la cuenca lechera de Cañada Morelos, en el vecino estado de Puebla.

El ir y venir de la bruma arrastra las melancolías escondidas en el regazo de mamá, en los hormigueros y en los nidos de chicatanas cuyas alas color de óxido férrico se quedan pegadas al piso bajo las lámparas públicas, y con las que en una tarde veraniega, después de un aguacero, la gente prepara suculentas salsas.

Con mochilas de cuero a la espalda los niños caminamos hacia nuestras casas con los ojos llenos de antojos. El barrio hila presagios de huelga, rumores sobre materiales novedosos que llaman sintéticos, amenazan con llenar de desocupados las bancas del parque.


II

La ignominiosa cerca con que han acotado el campo en el Barrio de Cerritos arrebató nuestras viejas carreras descubriendo vergonzosas, anís o patas de gallo entre el zacate; las presurosas persecuciones tras de perros hambrientos; nuestros cabellos ilusionados con el vaivén de los juegos mecánicos; nuestras charlas infantiles en aquellas bancas de granito rosa.

Los hombres se reúnen a cardar palabras que ya nadie escucha, con las que nadie puede cobijarse. Sus viejas voces han sido reemplazadas por idiomas que antes no se escuchaban en este lugar de obreros. Talones descalzos golpean las banquetas: la marcha de los desocupados.

A la Fábrica de Cerritos, pionera de la gran Compañía Industrial de Orizaba (CIDOSA), le vaciaron la maquinaria de sus entrañas y las llenaron de desaliento. Su hermosa avenida de pinos por la que caminamos tantas veces tras la ilusión de un nuevo libro, un nuevo curso o un maestro más estricto, se llenó de basura. Sus niños desaparecieron en los incontables baches. Hay un duelo por el espíritu textil del Valle de Orizaba. Seguramente, la luna se mudó a hilar en otro sitio.

Fotos de Erik Gómez Rey

Sin ser orizabeño, Erik G. Rey, retrató la magia de Orizaba, la Pluviosilla, Nuestra Señora de los Puentes, la Ahuilizapan de antaño.



















Una mirada a nuestras calles de Orizaba, cuyas coordenadas nacen a partir de Madero y Colón, delata una ciudad que, anidada entre montañas,vive el día a día entre aromas a manzanilla, ocote, negociaciones mercantiles bilingues (en náhuatl y castellano), zámago, cabellos trenzados con brillantes colores, café tostado, bagazo de caña de azúcar fermentado; cantinas cuyos interiores se ocultan con un trapo sucio que, como fantasma, aún ahuyenta con el letrero: "se prohibe la entrada a menores, mujeres y policías". Estos aromas se combinan con la "alta sociedad", remembranza de la época de la colonia, en la que, como paso obligado de los carruajes entre el puerto de Veracruz y la capital del país, propició el arraigo de extranjeros que encontraron en estos rumbos una riqueza que aún no se acaba: el empoderamiento que dan sus caídas de agua, su vegetación extensa, sus húmedas barrancas. Así, Orizaba se muestra polivalente.


Para ver más fotos de Erik:
http://www.flickr.com/photos/27687186@N08/