Parto de la
suposición que todos hemos jugado este clásico de los juegos de mesa que consta
de cien casillas circulares, siete serpientes como resbaladillas, y ocho
escaleras. Muy probablemente el objetivo de este juego haya sido, en un inicio,
más didáctico que lúdico. Veamos de qué clase de didáctica se trata aquí: el
reptil más cruel que advierto en el tablero que tengo frente a mí, uno muy
viejo que era de mis hijos y cuyo cuerpo es de cartoncillo de unos 30 puntos de
calibre cuando menos, une las imágenes, en la cola, de un niño martillando un
clavo en una pieza de madera, y en la cabeza, el chico llora porque se ha
machucado el dedo. Esta asociación de ideas es inesperada porque el niño está
haciendo las cosas bien: martilla en el sitio correcto, no en un juguete o en
la mano de alguien más y, sin embargo, recibe un castigo doloroso. El jugador
en turno regresa, del número noventa y ocho (a solo dos puntos de ganar) a la
posición veinte. Esta situación me obliga a pensar en mi propia vida. Algunos
actos que cometo, que califico como buenos, de gente trabajadora, de alguien
que se preocupa por sus semejantes y que da hasta un poco más allá de lo que
debería, definitivamente me han llenado de dolor.
En otra
jugada, el reptil menor del tablero solo regresa doce casillas al jugador: de
la número dieciocho a la seis, este retroceso se debe a un chico que rompe el
cristal de una ventana, con su charpe, en la cola y, en las fauces de la
bribona serpiente, el padre le golpea las asentaderas a la usanza antigua:
postrado en su regazo y a nalga pelona. En la casilla noventa y seis hay un
chico que hace malabares sobre la rama de un árbol. Quien caiga en ella deberá
regresar a la casilla número cuarenta, enyesado, a una cama de hospital. Una
niña que brinca en la cama de la casilla setenta y ocho, aparece sentada en el
suelo en la casilla veintisiete acompañada, claro está, de la cabeza del
reptil. Esta didáctica para niños claramente demuestra que los actos arriesgados
siempre tienen consecuencias indeseables (pero en realidad no es así, es decir,
no siempre). Si no queremos sufrir una caída o una rotura de osamenta, no salir
de casa ni aventurarse en trepar a un árbol parecería la respuesta correcta aunque
a veces no pasa nada por hacerlo y, por el otro lado, aun no ejecutando ninguna
acción arriesgada, podemos sufrir daños. Nada nos asegura que no tropezaremos en
la escalera, con el escalón del baño o con una silla mal puesta. La fatalidad
está presente todo el tiempo y no debemos culpar a nadie de que esto suceda. Sí
debemos disminuir las posibles causas de accidentes pero, aun así, no se pueden
evitar.
Regresando
a nuestro juego, el hombre que asalta el banco a mano armada en la casilla sesenta
y dos, pone cara de tristeza tras las rejas de la casilla trece. Por otro lado,
se premia el ahorro con treinta y cinco tantos y los actos heroicos
(específicamente salvar a alguien que se está ahogando, con un reconocimiento
público en la imagen ochenta y cuatro y con cuarenta y un puntos al jugador).
Alentar esta acción no parece buena idea, hoy en día sabemos que los salvadores
de quienes se están ahogando, no salvan al otro y se ahogan también. Se premian
los trabajos domésticos: una niña elabora un pastel en la casilla diecisiete,
el cual se contempla apetitoso y lindo en la sesenta y siete. Cultivar la
tierra se premia dos veces: de la casilla diecinueve a la cuarenta y cinco, y
de la cincuenta y dos a la setenta y seis. Mi tablero de Serpientes y Escaleras
no tiene fecha de edición, pero sí la leyenda que dice: Hecho en México por
Comercial y Manufacturera S.A./ Centlapatl 178/ México 16, D.F. Cat. No. 1106 y
en él, todas las demás casillas están ilustradas con figuras de animales. El
objetivo del juego ha cambiado con el tiempo: lo hemos usado muchas veces y los
participantes en el juego jamás miran su contenido. Solo ponen atención a tirar
los dados y a contar los avances o retrocesos.
Me pregunto
si la vida es como este tablero, un espacio donde constantemente retrocedemos y
avanzamos. Cuando uno siente que va alcanzando plenitud, tranquilidad y auto
realización, situaciones imprevistas pero cotidianas le regresan a niveles superados
antaño pero que pueden sentirse nuevamente con la misma intensidad: mezquindad,
intolerancia, falta de humildad, exigencia, estupidez, prepotencia. Cada quien
se conoce y sabe de qué pie cojea. En estas circunstancias es necesario hacer un
reajuste con uno mismo, un intenso trabajo para volver a sentirse bien y estar
en condiciones de dar algo bueno a nuestros semejantes. Cada quien tiene su
propio menú: cuidados, poesías, pinturas, música, comida recién hecha, ropa
limpia, paseos, casa limpia, consejos, amor. Así se va ascendiendo otra vez. Se
espera que en cada ocasión tardemos menos tiempo en lograrlo. El proceso de
superación será más rápido pues ya nos auto conocemos y sabemos cuáles caminos
elegir para mejorar. El destino siempre nos obliga a tirar dados y a movernos
entre las casillas del calendario para conducirnos a la próxima serpiente que
será más larga o más corta, nunca se sabe. El juego termina con la muerte.