DÍAS NUBOSOS
Los días nubosos clavan espinas en los minutos de lo viejo:
flechas rotas que alcanzan su destino con bordes y daños desastrosos.
En días así, las aves usan sus cantos para fabricar hermosos
mantos coloridos. Tejen en silencio. Saben que de nada serviría su música
contra el tenor del aguacero; en días así las nubes se acercan a la tierra y la
tocan para refrescarla. Los días nubosos se derraman como novias asustadas (por
ello los amargados se quejan de estos días).
Los días nubosos fertilizan los cuerpos, lamen las banquetas
y se incrustan en los lomos de libros no anunciados.
Ir a la cama es un remedio inevitable para curar el alma de
una nube aterrizada en el jardín o en la cochera de los embustes cotidianos. Ir
a la cama a esperar que un día así se prolongue tanto, que nos deje
hambrientos.
Ir a la cama con ese alguien que todos deseamos, cobijados
con lucidez interna, la que nadie conoce. Esa confidencia que solo a nosotros
mismos nos confiamos.
Los días nubosos son cómplices indispensables de los
amantes. Son el pan donde se unta la alegría del amor. Todo lo saben y nada
revelan, todo lo consiguen y nada queda sin hacer.
En los días nubosos, hay que ir a la cama con las ventanas
abiertas. Dejar que la humedad penetre las duras arterias del olvido.
© Lilia Cenobia Ramírez