miércoles, 24 de abril de 2013



DÍAS NUBOSOS

Los días nubosos clavan espinas en los minutos de lo viejo: flechas rotas que alcanzan su destino con bordes y daños desastrosos.
En días así, las aves usan sus cantos para fabricar hermosos mantos coloridos. Tejen en silencio. Saben que de nada serviría su música contra el tenor del aguacero; en días así las nubes se acercan a la tierra y la tocan para refrescarla. Los días nubosos se derraman como novias asustadas (por ello los amargados se quejan de estos días).
Los días nubosos fertilizan los cuerpos, lamen las banquetas y se incrustan en los lomos de libros no anunciados.
Ir a la cama es un remedio inevitable para curar el alma de una nube aterrizada en el jardín o en la cochera de los embustes cotidianos. Ir a la cama a esperar que un día así se prolongue tanto, que nos deje hambrientos.
Ir a la cama con ese alguien que todos deseamos, cobijados con lucidez interna, la que nadie conoce. Esa confidencia que solo a nosotros mismos nos confiamos.
Los días nubosos son cómplices indispensables de los amantes. Son el pan donde se unta la alegría del amor. Todo lo saben y nada revelan, todo lo consiguen y nada queda sin hacer.
En los días nubosos, hay que ir a la cama con las ventanas abiertas. Dejar que la humedad penetre las duras arterias del olvido.

© Lilia Cenobia Ramírez






                      ULISES Y EL AZUL

Ulises ya sabía que azul es el canto de las sirenas
y las flores que crecen en el brocal de la soberbia.
Sabía Ulises que los montes lejanos son azules
y el océano y la tristeza y el desamor.
Que veinte años de estrellas son azules cuando se alejan
y la distancia entre las fronteras es también azul.
Yo solo sé que azul es la brisa gélida,
                                   el portarretratos junto a mi cama
y lo amargo de las almendras.
                                  Sé también que de azul me pinto las manos
para llamar a los perdidos
y que entretengo a la muerte con un tejido azul.

©Lilia Cenobia Ramírez